Por los rincones del espíritu, por donde solo habita lo mas secreto, los días se recorren de manera distinta, aguardando momentos desconocidos pero ciertos en su expectativa. A cada paso, el instante se viste de sol, de túmulos que nublan nuestras horas calladas, mientras el trazo de un manto nos deja su aliento infinito y la voz del capataz susurra sobre el costero izquierdo el amor que -sus niños- le tienen a la Virgen frente a los fustes que ideo Claudio; o cerca de San Miguel donde, antes del golpe seco sobre la madera, un costalero recibe la dedicatoria que se guarda dentro como una leyenda, como la confesión al amigo porque no sabes si lo que te ocurrió fue cierto.
Es Lunes o es Martes. No importa porque las horas se condensan con la misma sintonía que se vive. Triana tu Esperanza se dibuja sobre el pentagrama, sobre el instrumental, sobre el aire donde fluctúa. Mater Mea suena en el latín perfecto del antiguo templo que la mira. Es Lunes y en San Antonio o San Nicolás todo se vuelve azul como el mar inagotable de las horas que hemos esperado, como la imagen que ensoñara Buiza que, hoy, es mas madre en los ojos de Antonio, recordando tanto como resta por vivir.
Es Lunes o es Martes. No importa porque las horas se condensan con la misma sintonía que se vive. Triana tu Esperanza se dibuja sobre el pentagrama, sobre el instrumental, sobre el aire donde fluctúa. Mater Mea suena en el latín perfecto del antiguo templo que la mira. Es Lunes y en San Antonio o San Nicolás todo se vuelve azul como el mar inagotable de las horas que hemos esperado, como la imagen que ensoñara Buiza que, hoy, es mas madre en los ojos de Antonio, recordando tanto como resta por vivir.
Sobre la piedra del Patio de los Naranjos la historia de la ciudad redacta una crónica mas que se funde con el agua ingrata de la tarde. Sobre la caliza atávica del tiempo corre la noticia de que la Hermandad de la Sangre no sale y la cruz de guía de la Agonía dispone el cortejo bajo el Arco de las Bendiciones mientras la lluvia gris le hace suspender el cortejo. Es Martes Santo y el Prendimiento avanza en la semioscuridad de la tarde hacia la Catedral con la letanía febril de las procesiones antiguas por Alfonso XII.
La Santa Faz y el Buen completaban una jornada que no pudo consumarse por completo en el primer templo de la diócesis. La Virgen de la Piedad cruzó Santa Catalina, entre tanto, la Trinidad atravesaba la Cuesta Luján mientras la incertidumbre climatológica impedía que realizara la cofradía estación de penitencia en la Catedral.
La Santa Faz y el Buen completaban una jornada que no pudo consumarse por completo en el primer templo de la diócesis. La Virgen de la Piedad cruzó Santa Catalina, entre tanto, la Trinidad atravesaba la Cuesta Luján mientras la incertidumbre climatológica impedía que realizara la cofradía estación de penitencia en la Catedral.
Acercándose a la media noche la Hermandad del Buen Suceso recorría cruzaba el Arco de las Bendiciones y el Martes Santo veía en las calles más de la mitad de sus corporaciones nazarenas. La Semana Santa avanza hacia su momento crucial.
En la memoria lacerante de los días queda la huella de la Virgen de la Caridad, su mirada, la promesa triste de sus ojos, proyectada en los de sus devotos –Mercedes o Luis- cuando atraviesa el patio y la marcha que lleva su nombre la acaricia, tal vez, como aquella Saeta que se soñó, como si horas antes Mater Mea hubiera sonado al traspasar el umbral de San Andrés.
Ha sido la hora esperada cuando, enfundados en el anonimato penitencial de una túnica nazarena y un cirio llameante, se ha culminado nuestro anhelo cofrade; el Arco de las Bendiciones nos acoje para dar paso al instante más íntimo. Ahora es cuando, empequeñecidos, volvemos la vista atrás y recordamos que hay un solo motivo que lo justifique todo, que lo impregne todo, y es ese mirar que disculpa, que perdona y que evoca a los amigos que intimamente nos han acompañado en cada paso, en cada rachear, en cada revirá y en cada nota que sonoramente se derrama por la mejilla del nazareno último que escucha el lamento de Margot, se aferra a su rosario o desgrana cada silaba del Lacrimosa.
ResponderEliminarEs la hora en la que parece escucharse el susurro del maestro y amigo enseñándote los detalle ínfimos, pero magníficos.
Es la hora tras el tiempo transcurrido de dar las gracias por lo enseñado, por lo compartido, por lo arriesgado, por lo soñadamente vivido y también de cuando Ella nos pregunte su nombre tan solo decir, Blas.