Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

viernes, 15 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Viernes de Dolores

  Foto. Jesús Ruiz "Gitanito"


En la orilla del recuerdo nuestras vidas se detienen por un instante para recordar a los que ya no están y a los que pronto caminarán de nuestra mano. Hemos dejado atrás la Fuente del Olivo y la Plaza del Cardenal Salazar con la mente embriagada de lo que ya es, del tiempo que se está cumpliendo en los surcos de nuestra alma.

Hay un punto exacto en que las retinas guardan, para siempre, el instante en la memoria. Un momento, en el que cuanto has visto no es sino el resultado de haber sido parte de ello. Una décima en la que sientes la necesidad de frotarte los ojos para comprobar que es cierto lo que contemplas. Tienes conciencia de que la realidad, sólo a veces, puede ser distinta y de que, alguna vez, dirás que de algún modo fuiste parte de aquella primera vez, de aquella novedad y aquel escándalo que supuso su mensaje.

Sobre la plaza del Cardenal Salazar flotaban los anhelos de cientos de almas en una estampa acuciante  de nuestra propia alegoría. Casi en blanco y negro, la foto de otro tiempo nos devolvía a lo que fuimos y a lo que queremos ser. Sobre la portada de San Pedro de Alcántara se le enfrentaba la de la facultad y, sobre ambas, la cofradía que lleva por emblema la Universidad. Y, sobre la roca fría, se clavó la Cruz del Santo Cristo que nos reta a no evitar la  mirada, a comprender en lo más hondo el significado total del Verbo Encarnado a base de un martirio –marginal, brutal, descarnado- que nos enseña la grandeza de Dios hecho hombre, convertido en Varón de Dolores.

El Cristo de la Universidad nos descubre, en cada marca, hematoma y girón de piel abierta, una perspectiva atroz de la condición humana; la misma que lo martirizó y que durante siglos lo ha venerado. El prisma estampado en la Síndone que nos acerca a su crudeza, al temblor que se produce cuando el examen se adentra en cada pliego del cuerpo torturado. Fue la primera vez en que la Virgen de la Presentación no caminaba sola y la noche en que se comprendió el sentido total del sufrimiento de la Madre enlutada, desde Romero al interior mismo de la Catedral. La oscuridad y el silencio escribieron un nuevo capítulo en la historia de las cofradías, las marcas instigadas sobre su piel ya jamás abandonarán nuestro recuerdo.

Sin embargo, ya apenas resta un segundo para recrearse en lo ocurrido. Las horas aceleran su paso y en Capuchinos la Virgen de los Dolores nos recuerda la devoción inaprensible de la  ciudad. En San Pablo, el Señor de las Angustias, caída la tarde, robará su aliento a los días y proyectará la mirada del santo sin canonizar que indagara en los secretos de la madera. Todo se acelera progresivamente. Las reglas del espacio-tiempo parecen jugar con nuestros sentidos. El Dios de la ciudad se abre paso en cada grieta de su piel. Es Viernes de Dolores y, en cada sensación, sabemos que, por más que resten, todo se está acabando.

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