Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

jueves, 3 de noviembre de 2016

La brizna de la carpintería de San José

Va para un siglo cuando, un tal Antonio, tuvo la genialidad de definir con nitidez, lo que significaba la obra cumbre de Juan de Mesa. Lo escribió un republicano convencido que, bajo su almohada, tenía cargada la pistola y la foto de la Virgen de la Estrella. Eran otros tiempos, no cabe duda. Sin embargo, las palabras de aquel salmo profano al Señor que salía a la ciudad, oscurecida para tapar sus propias miserias bajo el maquillaje de la noche, contenía y contiene el aliento de quienes no buscan, sino que encuentran en él a Dios y al hombre, al Verbo encarnado. Una imagen majestuosa, capaz de rasgar la noche con el caminar poderoso para, desde su perfil íntimo y perfectamente estudiado, acercarse al fiel que y nunca podrá ser mero espectador. Y deja de serlo porque le muestra su cuerpo frágil, su naturaleza de hombre, de igual y semejante.
Foto: Hermandad del Gran Poder

Todo pasa demasiado deprisa y, sin embargo, el recuerdo de ese instante se queda para siempre. Puede ser que lo acompañara a muchas parejas de distancia, bajo el manto de su Madre. Puede ser que atestiguar su primera levantá, en la soledad perseguida de la basílica, sea como la marca invisible que se agarre a la tela el día que me amortajen. Al igual que a mi abuela la vistieron para el tránsito final con la túnica morada de su Nazareno, el mío me espera de ruan en la distancia física, nunca en la emocional. Él siempre espera y da lo mismo el cómo y el dónde. No es una cuestión de modas ni de piel, sino una fe que brota natural y no entiende de nombres ni ciudades. 

Una sola palabra brota cuando te enfrentas a él y lo llamas por su único nombre posible, Señor. Recién salido de las briznas de la carpintería de San José, para mirarte y contarte que la fe está allí mismo, donde está él y donde estás tú. Es el Dios de la ciudad, el de los pobres de espíritu que, con solo contemplarlo comprendemos nuestra insignificancia. Es el hombre que camina hacia una muerte, voluntariamente aceptada, no como un héroe. A Dios nadie lo ha visto, pero él se le parece mucho.