Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

miércoles, 13 de abril de 2011

Generación invisible



La ciudad cambiaba su fisionomía; las calles se desprendían como la tierra mojada que es patria de la infancia; en los hogares se respiraba el aroma de la ilusión en padres, hijos y nietos; las noches se hacían más largas, como en una vigilia interminable y tensa; en las iglesias, una tímida luz se vislumbraba dentro, al transitar por su acera mística; en los camarines las Imágenes se preparaban a ser vestidas de gala para Semana Santa.

Había una labor callada, anónima de Jueves o Viernes Santo de pasión y muerte. Una tarea silenciosa que discurría entre la piedra y el mármol, persiguiendo sueños que se realizaban en procesión, cuando la persona se convierte en nazareno y viste el luto perseguido del anonimato. En las manos se entreveían los surcos de Cuaresmas ganadas al tiempo, en los ojos la misma ilusión que la de su hijo, que la de su nieto…

El comienzo de esta historia podrían aplicárselo muchos de los cofrades que escuchan ahora esta columna y que fueron de la mano de sus padres y abuelos a su hermandad. Cofrades que pertenecen a una generación invisible que sintió ese calor distinto de los días cuando, poco a poco, la ciudad despierta de su letargo y en el alma crepita, como una fanfarria barroca, que el tiempo se está cumpliendo. Esos mismos que hoy recuerdan a sus mayores llegando tarde a casa, tras terminar de montar el altar o el paso y se preguntaban cuándo podrían ir con ellos, cuándo serían como ellos.

Y, así, la generación se abre paso y su apellido se convierte en una pieza más del engranaje perfecto que llamamos Semana Santa, mientras la ciudad contempla en silencio sus nombres y su entrega. Y uno de ellos es el de Enrique León López, quien fuera distinguido con el título de Cofrade Ejemplar. Nunca fue hermano mayor, pero siempre estuvo junto a la imagen del Cristo de Gracia, la misma con la que compartió la devoción de su familia, la misma que pervive en su hijo y en su nieto.

Podía haberles hablado de música, de los altares efímeros que jalonan este tiempo de preparación o del papel incuestionable de la formación, pero las cofradías son mucho más y abarcan algo mucho más grande que nosotros mismos. Por eso, estas palabras solo pueden mostrar gratitud y demostrar que el regalo no se nos da el día en que la procesión retoma su camino ancestral, sino que más allá de la estética, y acariciando el tacto sobrenatural de la fe, el acto de ser cofrades nos brinda la oportunidad de conocer personas de las que aprender y con las que crecer y a mi me la dio Enrique y gracias a él he podido conocer el significado último de esa generación invisible.

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