Hay una mirada que se adentra más allá de la piel esbelta de la túnica del nazareno. Una mirada que se convierte en promesa cuando acaba la Semana en que todos hemos depositado nuestras fuerzas y nuestra ilusión. Una mirada que persigue recuerdos que atesorar de noches sin dormir, de altares de cultos, de la voz de la radio acercando el pregón cuando estás fuera, de días de procesión. Una mirada nostálgica que se diluye en un pasado del que –creemos- ni siquiera fuimos parte.
Hace unos días, mientras preparaba este artículo, de la caja donde guardo algunos recuerdos de cofradías salió la copia de una foto que no recordaba ahí. En su tinta, gastada por el recuerdo, proyecta la imagen lacerante del grupo escultórico de las Angustias; en el reverso, un nombre, Juan de Mesa. Era de la Cuaresma de 2006 y aquella estampa ilustraba un relato sobre el imaginero más renombrado, y quizá más desconocido, que vio nacer esta ciudad.
La narración surgió una noche de agosto y maduró durante meses, aguardando su momento. Las páginas de aquella revista de Semana Santa se fueron construyendo de palabras, grabados e imágenes, pero faltaba una. Todo se sucedió con el vértigo con que se desarrollan los hechos memorables, las fotografías de Ricardo construyeron una arquitectura completa y el texto fechado en 1627 narró como una luz perpetua los últimos días de la vida del incomparable escultor.
Aquel fue el recuerdo de aquella Cuaresma, alejado de las noches ganadas al sueño o del día mismo de la procesión. Aquel nombre se repite cada noche de agosto, cada 26 de noviembre y cada Jueves Santo cuando de San Pablo sale su testamento vital en la forma sublime que veneran los cordobeses. Y sin embargo, la fotografía fue inmortalizada en San Agustín y en su reverso falta otro nombre.
Hemos tenido la suerte de conocer una época en que la imagen está alcanzando su máxima expresión, persistiendo instantes que sobrevivirán entre la tecnología que nos ha sido dada. Pero la foto de que les hablo es muy anterior, realizada con medios pretéritos y hablando, porque los retratos hablan, de otro tiempo, de otra Semana Santa, de otra Córdoba. Probablemente, si no hubiera llegado aquel marzo de 2006 no lo hubiese recordado igual, ni sería consciente de que hay nostalgias que se padecen sin necesidad de haber pertenecido a ese momento de puntual de la historia. Todas las Cuaresmas dejan un nombre, la de 2006 me dejó dos: el que les he dicho y el de el amigo que me enseñó a ver más allá de la fotografía, Paco Román.
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