Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

jueves, 28 de abril de 2011

Amnesia II


… Caminó sin dirección, observando todo a su alrededor con una atención que antes nunca prestó. En cada fachada, como pantallas repetidas, se reflejaba la estampa de aquel jardín de la infancia. Las hojas secas se arremolinaban en las esquinas. Nadie se cruzaba en su camino, pero no le importó. Apretó el paso, mientras la tonalidad de la ciudad se iba haciendo más mortecina.

No recordaba la noche anterior y sí aquellas otras en las que, entre olor a whisky de garrafa, lloraba en la cama, mientras su acompañante dormía plácidamente. Ya nadie dormía a su lado y no tenía que inventar excusas atropelladas para salir huyendo. Sonrió sin ganas y sintió el frío del agua que empezaba a caer con fuerza. Se resguardó en un portal, mientras entre los adoquines se formaban corrientes parduzcas.

La imagen de su niñez no se le iba de la cabeza y aquella sensación en el pecho que era lo más parecido a felicidad que había sentido nunca. Se acurrucó sobre el escalón arcilloso y vio su reflejo en un charco. Apenas podía reconocerse. La lluvia volvió a apretar y su imagen deforme entre las ondas le hizo levantarse y salir corriendo…

martes, 26 de abril de 2011

Amnesia

La habitación estaba a oscuras. Las esteras que cubrían la ventana, apenas dejaban traspasar un tenue haz de luz. Sobre la cama, el tiempo pasaba boca abajo. El polvo se acumulaba en el aparador como un estrato arqueológico. Su mirada jugaba a imaginar formas en el tramo de sábana que alcanzaban sus pupilas. En la sala contigua las copas se esparcían por el suelo, mientras en el pasillo quedaban restos de ralladura de limón. En la cocina la hornilla seguía desconchada y, sobre ella, una cazuela vacía.

Nada más incorporarse, le cruzó una punzada por la cabeza. Se abrochó torpemente una camisa de cuadors diminutos y comprobó que aún olía a ella. Evitó los restos amarillos y caminó hacia la puerta principal. La casa pareccía enorme y el trayecto inacabable. Las sombras parecían figuras cubiertas de moho y se afilaron al contraluz de la calle que se le enfrentaba.

Todo era distinto. Las piedras se superponían en estructuras pretéritas; las aceras eran frías; la atmósfera más clara. No era capaz de recordar más allá de un parque de la infancia. Empezó a caminar sin pensar en un destino distinto que aquel de la niñez...

lunes, 25 de abril de 2011

La lluvia sobre la pared


No nos puede la lluvia gastada sobre la pared; la vorágine de los días que se le ganan al tiempo; el tiempo usado en arrugar libritos con itinerarios, en exigir rapidez a los camareros, en no mirar las historias que se esconden en los portales. Somos presa de nosotros mismos, de cuanto nos han enseñado y hemos creído ser. Nos debatimos en la inmediatez, en la parvedad de saciar la necesidad más nimia con la urgencia del que le va la vida en lo más fútil. Consumimos todo lo consumible. Tecnología, entretenimiento, televisión… Nos apresan las modas y tomamos por cool  lo infame. La Semana Santa no puede evadirse y se convierte en un producto más que consumir sin piedad posible.

Las páginas de los diarios se ocupan con informaciones que –en ocasiones- por innecesarias aburren. La televisión repite guiones parejos en retransmisiones que, por diez o doce datos distintos, podrían pasar por las mismas de hace dos décadas. Frente a los pasos las Imágenes sufren la desacralización cruel de la nube de fotógrafos que parecen reproducir más una rueda de prensa que encontrarse delante de lo que se encuentran. Y, tras la tramoya, la vanidad trasciende al propio ego en guerras soterradas y míseras que, por lo burdo de su objeto, no merece la pena que sean narradas.

Y, entre este caldo pardo, las cofradías transitan por su Semana entre cirios e inciensos, entre estampas heterogéneas de la ciudad que las enmarca y que hablan de un carisma distinto, el mismo que supera la contingencia de la climatología, de la frustración de las lágrimas por la suspensión, de la pausa que se recrea en un instante inmortal. En esos momentos, cuando todo lo demás sobra y se olvida, posamos la mirada en la lluvia que se derrama lentamente sobre la pared y, por suerte, ya nada más importa.

viernes, 22 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Los matices del Miércoles Santo

Desde la basílica menor de San Pedro hasta el Santo Angel, el Miércoles Santo se conjuga en matices irrepetibles. Matices de tristeza que se enjugaron el suspensión de la primera salida procesional a la Carrera Oficial de la Hermandad de la Piedad; matices en el renovado palio del Rocío y Lagrimas, en el bosque de cirios que iluminaba al Amor, en la mirada eterna del Mayor Dolor, en el gesto alegre de la Niña de Capuchinos, en los ojos hirientes de las Lágrimas.

Por Deanes bajaron dos de las cofradías (Pasión y Calvario) hacia la Catedral, mientras que el nuevo paso del Santísimo Cristo de la Misericordia lucía en la noche en que Nissan deja una luna antitetica tibia y fría a un mismo tiempo.


En San Lorenzo Jesus del Calvario mostraba en su rostro que los años no maceran su piel, pero si dejan el poso de la historia -nuestra historia- en cada tramo de acera. El Miércoles cumplía su epílogo y en la mirada de de los devotos allí congregados se juntaban emoción y certezas tan antiguas que nunca acabamos de comprender.

www.hermandadesdecordoba.com 

miércoles, 20 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad


Por los rincones del espíritu, por donde solo habita lo mas secreto, los días se recorren de manera distinta, aguardando momentos desconocidos pero ciertos en su expectativa. A cada paso, el instante se viste de sol, de túmulos que nublan nuestras horas calladas, mientras el trazo de un manto nos deja su aliento infinito y la voz del capataz susurra sobre el costero izquierdo el amor que -sus niños- le tienen a la Virgen frente a los fustes que ideo Claudio; o cerca de San Miguel donde, antes del golpe seco sobre la madera, un costalero recibe la dedicatoria que se guarda dentro como una leyenda, como la confesión al amigo porque no sabes si lo que te ocurrió fue cierto.

Es Lunes o es Martes. No importa porque las horas se condensan con la misma sintonía que se vive. Triana tu Esperanza se dibuja sobre el pentagrama, sobre el instrumental, sobre el aire donde fluctúa. Mater Mea suena en el latín perfecto del antiguo templo que la mira. Es Lunes y en San Antonio o San Nicolás todo se vuelve azul como el mar inagotable de las horas que hemos esperado, como la imagen que ensoñara Buiza que, hoy, es mas madre en los ojos de Antonio, recordando tanto como resta por vivir.

Sobre la piedra del Patio de los Naranjos la historia de la ciudad redacta una crónica mas que se funde con el agua ingrata de la tarde. Sobre la caliza atávica del tiempo corre la noticia de que la Hermandad de la Sangre no sale y la cruz de guía de la Agonía dispone el cortejo bajo el Arco de las Bendiciones mientras la lluvia gris le hace suspender el cortejo. Es Martes Santo y el Prendimiento avanza en la semioscuridad de la tarde hacia la Catedral con la letanía febril de las procesiones antiguas por Alfonso XII.

La Santa Faz y el Buen completaban una jornada que no pudo consumarse por completo en el primer templo de la diócesis. La Virgen de la Piedad cruzó Santa Catalina, entre tanto, la Trinidad atravesaba la Cuesta Luján mientras la incertidumbre climatológica impedía que realizara la cofradía estación de penitencia en la Catedral.

Acercándose a la media noche la Hermandad del Buen Suceso recorría cruzaba el Arco de las Bendiciones y el Martes Santo veía en las calles más de la mitad de sus corporaciones nazarenas. La Semana Santa avanza hacia su momento crucial.

En la memoria lacerante de los días queda la huella de la Virgen de la Caridad, su mirada, la promesa triste de sus ojos, proyectada en los de sus devotos –Mercedes o Luis- cuando atraviesa el patio y la marcha que lleva su nombre la acaricia, tal vez, como aquella Saeta que se soñó, como si horas antes Mater Mea hubiera sonado al traspasar el umbral de San Andrés.

lunes, 18 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Lunes Santo

Sobre el Arco de las Bendiciones, la piel que se viste de mármol para susurrar historias que nunca se cuentan y se adentran en los arcos de la Catedral. Tras una reja, en la planta baja de una casa en San Pablo, los ojos cansados de una mujer contemplan la Imagen en una conversación que sólo entienden ellos. Por el Arco del Triunfo la talla que desgranara Ortega Bru avanza -tan firme-, desde el otro lado de la ciudad.


El capataz ase fuerte el martillo, mientras la luna lo mira con su cercanía indolente. A las puertas de San Andrés la Esperanza es más guapa porque todos la esperan. A cada paso una leve sensación nos atrapa entre las horas que se restan al segundero.


En el Zumbacón, en la Huerta de la Reina, en San Nicolás... Todo formará el cortejo intacto del Lunes Santo. La ciudad nos mira y se refleja en nuestras pupilas vidriosas. Los amigos no se fueron y eso lo hace más especial. Entre tanto, sigo pensando en los ojos de esa anciana, tras la reja, pensando en qué le diré yo cuando me llegue ese día.

domingo, 17 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Domingo de Ramos


La arquitectura de las calles se mide por la anatomía de los pasos que las surcan, de la gente que observa y siente, de las Imágenes que conforman la Pasión de la ciudad. El sol refracta –desde San Andrés a Jesús Divino Obrero- una gama de tonos que no se volverán a repetir. Las miradas se buscan, la vida se derrama una vez más conociendo su sentido último, Córdoba se convierte en la patria final.

Es Domingo, el primero de los dos, y en la mirada que penetra más allá del Compás de San Francisco se aventuran la soledad y la esperanza en el mismo camino que conduce a la cruz. Entre saetas y marchas, la urbe conquistará los días que tanto hemos esperado. La Fuente del Olivo aguarda el paso de sus cofradías, mientras las puertas comienzan a abrir los templos y por Escultor Juan de Mesa camina el Cristo de las Penas.

Ya no hay vuelta atrás. Sólo un estado febril de necesidad constante nos empuja y nos convierte en peregrinos en un lugar tan conocido y ajeno a la vez. Las palmas gritan al cielo y quisiéramos ser niños y poseer esa ilusión tan definitiva de la infancia. Es Domingo de Ramos, todo se ha cumplido, ya no hay vuelta atrás.

El Paño de la Verónica

Bajo este lema, el blog de los Costaleros del Calvario organiza su primer concurso de fotografía de Semana Santa. Las bases las podréis encontrar en:

http://costaleroscalvariocordoba.blogspot.com/2011/04/i-concurso-de-fotografia-el-pano-de-la.html. 

O bien en el blog específico del concurso:
http://concursofotografiacostaleroscalvario.blogspot.com

viernes, 15 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Viernes de Dolores

  Foto. Jesús Ruiz "Gitanito"


En la orilla del recuerdo nuestras vidas se detienen por un instante para recordar a los que ya no están y a los que pronto caminarán de nuestra mano. Hemos dejado atrás la Fuente del Olivo y la Plaza del Cardenal Salazar con la mente embriagada de lo que ya es, del tiempo que se está cumpliendo en los surcos de nuestra alma.

Hay un punto exacto en que las retinas guardan, para siempre, el instante en la memoria. Un momento, en el que cuanto has visto no es sino el resultado de haber sido parte de ello. Una décima en la que sientes la necesidad de frotarte los ojos para comprobar que es cierto lo que contemplas. Tienes conciencia de que la realidad, sólo a veces, puede ser distinta y de que, alguna vez, dirás que de algún modo fuiste parte de aquella primera vez, de aquella novedad y aquel escándalo que supuso su mensaje.

Sobre la plaza del Cardenal Salazar flotaban los anhelos de cientos de almas en una estampa acuciante  de nuestra propia alegoría. Casi en blanco y negro, la foto de otro tiempo nos devolvía a lo que fuimos y a lo que queremos ser. Sobre la portada de San Pedro de Alcántara se le enfrentaba la de la facultad y, sobre ambas, la cofradía que lleva por emblema la Universidad. Y, sobre la roca fría, se clavó la Cruz del Santo Cristo que nos reta a no evitar la  mirada, a comprender en lo más hondo el significado total del Verbo Encarnado a base de un martirio –marginal, brutal, descarnado- que nos enseña la grandeza de Dios hecho hombre, convertido en Varón de Dolores.

El Cristo de la Universidad nos descubre, en cada marca, hematoma y girón de piel abierta, una perspectiva atroz de la condición humana; la misma que lo martirizó y que durante siglos lo ha venerado. El prisma estampado en la Síndone que nos acerca a su crudeza, al temblor que se produce cuando el examen se adentra en cada pliego del cuerpo torturado. Fue la primera vez en que la Virgen de la Presentación no caminaba sola y la noche en que se comprendió el sentido total del sufrimiento de la Madre enlutada, desde Romero al interior mismo de la Catedral. La oscuridad y el silencio escribieron un nuevo capítulo en la historia de las cofradías, las marcas instigadas sobre su piel ya jamás abandonarán nuestro recuerdo.

Sin embargo, ya apenas resta un segundo para recrearse en lo ocurrido. Las horas aceleran su paso y en Capuchinos la Virgen de los Dolores nos recuerda la devoción inaprensible de la  ciudad. En San Pablo, el Señor de las Angustias, caída la tarde, robará su aliento a los días y proyectará la mirada del santo sin canonizar que indagara en los secretos de la madera. Todo se acelera progresivamente. Las reglas del espacio-tiempo parecen jugar con nuestros sentidos. El Dios de la ciudad se abre paso en cada grieta de su piel. Es Viernes de Dolores y, en cada sensación, sabemos que, por más que resten, todo se está acabando.

jueves, 14 de abril de 2011

Recorriendo la ciudad: Jueves de Pasión

La ciudad rejuvenece mil años. Junto a la Fuente del Olivo, los sentidos recrean un sol antiguo, nuclear, que viste sueños pretéritos como aquellas noches húmedas en que la luna casi bajaba al estanque cristalino de otras aguas. Las hojas se visten de acanto en la memoria y los dedos balbucean un tacto perdido. El momento declara su inminencia. Los pasos habrán de conducirme hasta el antiguo Hospital de Agudos. Todo es distinto. Aún resta un cuarto de luna para que el metal rompa el aire, pero los inciensos ya se presienten.

Por Judería, Deanes o Torrijos el pavimento no es más que el estrato de unos caminantes que enarbolan la sensación de cuanto nos dicen que fue, de lo que, tal vez, no pasó pero es mejor creerlo. Pero, escondida entre los muros, la luz se proyecta hasta las torres vigías de una urbe que, de tan monumental, jamás puede tejer un artificio. Más que vidrieras hay cal; más que estatuas hay Imágenes que retoman el pulso de su arquitectura –otrora romana-, siempre en busca de los sabores seductores que se guardan bajo su piel curtida entre filosofías, versos, lienzos y libros que se desvanecieron tras  las celosías.

Ya es Jueves de Pasión y sabemos que todo ha comenzado mucho antes de que nos percatásemos. Volvemos a ser pequeños, a olvidar lo que no es importante, a soñar que todo es siempre igual a como lo miramos hoy. Ya es Jueves de Pasión y, frente a la universidad, el Hombre de la Síndone nos llevará esta noche a compartir algo impensado, que se guarda en el secreto devoto del alma, cosas que no se pueden contar más que en un susurro de madrugada, junto a la Fuente del Olivo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Generación invisible



La ciudad cambiaba su fisionomía; las calles se desprendían como la tierra mojada que es patria de la infancia; en los hogares se respiraba el aroma de la ilusión en padres, hijos y nietos; las noches se hacían más largas, como en una vigilia interminable y tensa; en las iglesias, una tímida luz se vislumbraba dentro, al transitar por su acera mística; en los camarines las Imágenes se preparaban a ser vestidas de gala para Semana Santa.

Había una labor callada, anónima de Jueves o Viernes Santo de pasión y muerte. Una tarea silenciosa que discurría entre la piedra y el mármol, persiguiendo sueños que se realizaban en procesión, cuando la persona se convierte en nazareno y viste el luto perseguido del anonimato. En las manos se entreveían los surcos de Cuaresmas ganadas al tiempo, en los ojos la misma ilusión que la de su hijo, que la de su nieto…

El comienzo de esta historia podrían aplicárselo muchos de los cofrades que escuchan ahora esta columna y que fueron de la mano de sus padres y abuelos a su hermandad. Cofrades que pertenecen a una generación invisible que sintió ese calor distinto de los días cuando, poco a poco, la ciudad despierta de su letargo y en el alma crepita, como una fanfarria barroca, que el tiempo se está cumpliendo. Esos mismos que hoy recuerdan a sus mayores llegando tarde a casa, tras terminar de montar el altar o el paso y se preguntaban cuándo podrían ir con ellos, cuándo serían como ellos.

Y, así, la generación se abre paso y su apellido se convierte en una pieza más del engranaje perfecto que llamamos Semana Santa, mientras la ciudad contempla en silencio sus nombres y su entrega. Y uno de ellos es el de Enrique León López, quien fuera distinguido con el título de Cofrade Ejemplar. Nunca fue hermano mayor, pero siempre estuvo junto a la imagen del Cristo de Gracia, la misma con la que compartió la devoción de su familia, la misma que pervive en su hijo y en su nieto.

Podía haberles hablado de música, de los altares efímeros que jalonan este tiempo de preparación o del papel incuestionable de la formación, pero las cofradías son mucho más y abarcan algo mucho más grande que nosotros mismos. Por eso, estas palabras solo pueden mostrar gratitud y demostrar que el regalo no se nos da el día en que la procesión retoma su camino ancestral, sino que más allá de la estética, y acariciando el tacto sobrenatural de la fe, el acto de ser cofrades nos brinda la oportunidad de conocer personas de las que aprender y con las que crecer y a mi me la dio Enrique y gracias a él he podido conocer el significado último de esa generación invisible.

martes, 12 de abril de 2011

Nostalgias



Hay una mirada que se adentra más allá de la piel esbelta de la túnica del nazareno. Una mirada que se convierte en promesa cuando acaba la Semana en que todos hemos depositado nuestras fuerzas y nuestra ilusión. Una mirada que persigue recuerdos que atesorar de noches sin dormir, de altares de cultos, de la voz de la radio acercando el pregón cuando estás fuera, de días de procesión. Una mirada nostálgica que se diluye en un pasado del que –creemos- ni siquiera fuimos parte. 

Hace unos días, mientras preparaba este artículo, de la caja donde guardo algunos recuerdos de cofradías salió la copia de una foto que no recordaba ahí. En su tinta, gastada por el recuerdo, proyecta la imagen lacerante del grupo escultórico de las Angustias; en el reverso, un nombre, Juan de Mesa. Era de la Cuaresma de 2006 y aquella estampa ilustraba un relato sobre el imaginero más renombrado, y quizá más desconocido, que vio nacer esta ciudad.

La narración surgió una noche de agosto y maduró durante meses, aguardando su momento. Las páginas de aquella revista de Semana Santa se fueron construyendo de palabras, grabados e imágenes, pero faltaba una. Todo se sucedió con el vértigo con que se desarrollan los hechos memorables, las fotografías de Ricardo construyeron una arquitectura completa y el texto fechado en 1627 narró como una luz perpetua los últimos días de la vida del incomparable escultor.

Aquel fue el recuerdo de aquella Cuaresma, alejado de las noches ganadas al sueño o del día mismo de la procesión. Aquel nombre se repite cada noche de agosto, cada 26 de noviembre y cada Jueves Santo cuando de San Pablo sale su testamento vital en la forma sublime que veneran los cordobeses. Y sin embargo, la fotografía fue inmortalizada en San Agustín y en su reverso falta otro nombre.

Hemos tenido la suerte de conocer una época en que la imagen está alcanzando su máxima expresión, persistiendo instantes que sobrevivirán entre la tecnología que nos ha sido dada. Pero la foto de que les hablo es muy anterior, realizada con medios pretéritos y hablando, porque los retratos hablan, de otro tiempo, de otra Semana Santa, de otra Córdoba. Probablemente, si no hubiera llegado aquel marzo de 2006 no lo hubiese recordado igual, ni sería consciente de que hay nostalgias que se padecen sin necesidad de haber pertenecido a ese momento de puntual de la historia. Todas las Cuaresmas dejan un nombre, la de 2006 me dejó dos: el que les he dicho y el de el amigo que me enseñó a ver más allá de la fotografía, Paco Román.