Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

jueves, 19 de mayo de 2011

La Virgen de la Salud (I parte)


Cuentan que ya había gente antes y, sin embargo, la ciudad cobró vida frente al primer templo. Desde el foro a la basílica de San Vicente, la herencia romana se vistió de Mezquita entre fustes y capiteles de un esplendor acrecentado sobre el puente que vería cruzar las centurias desde las atalayas de la historia. Y, desde aquel patio con un único  olivo, tras las celosías se edificó un coro, un altar y una capilla con el lignum crucis.

Un templo, un foro, una basílica, una mezquita, una catedral, una puerta de entrada y un custodio rematando el urbanismo de la memoria de cada habitante que la sueña, porque a cada segundo la va perdiendo algo más de lo que el espíritu considera recomendable.

Y lo acontecido se proyecta en el agua; la misma que refracta el río que abandonamos; la misma que brotaba de las fuentes de las que emanó la devoción popular de una Córdoba que, en demasiadas ocasiones, no es capaz de recordarse y, ni tan siquiera, de llamarse por su propio nombre, aquel de Colonia Patricia sobre el que comenzó a caminar.

Y, en aquellos pozos, junto al santuario de la Fuensanta uno -con el recuerdo pagano y pretencioso de otras anécdotas-, cercano a la futura ermita de la Salud el otro, la piedad fue torneándose alrededor de aquellos nombres con los que se llama a Nuestra Señora. La urbe había cambiado, pero en el sustrato inmaterial del sentimiento, sencillamente era la misma aunque, tal vez, a esas alturas ya éramos incapaces de darnos cuenta.

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