“Felicidad y cruz no configuran sólo el enigma finito-infinito del hombre, imagen de Dios, sino también el misterio estricto del Dios hecho hombre. Algo le sucede a Dios mismo en la cruz. Esta, sin pertenecer a su esencia, afecta de hecho al corazón de ella, que es la Trinidad” (Armendariz Luis M., Sal Terrae).
La cruz es uno de los símbolos ineludibles de la fe que, no sólo se profesa, sino que se siente y se vive. Una fe – aludida en cada gesto cotidiano-, representada horizontal y verticalmente en el madero que alcanza cada aspecto más allá de la Semana Santa o de las fiestas populares que la portan en su raíz. Una cruz que se porta, lejos de la pretensión, en el seguimiento del misterio encarnado. Una cruz a la que se reza y se sigue a cada momento, imbuidos en la esperanza eterna de la salvación.
Nos encontramos en la antesala de la llegada a Córdoba de la Cruz de los Jóvenes que servirá de prólogo a la Jornada Mundial de la Juventud, a celebrar en Madrid el próximo mes de agosto. Las cofradías cordobesas la portarán, como testigo candente de nuestra fe, desde María Auxiliadora a la Catedral en un Via Lucis que no será sino muestra inequívoca del misterio estricto del Dios hecho hombre; de que el compromiso camina hacia un horizonte infinito mucho más lejano de los días cenitales en que se rememora la Pasión.
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