La banda de música de la Estrella dibujó el inicio sobre el pentagrama con las notas del altar divino que musitara Ricardo Dorado. La iglesia de San Francisco y San Eulogio, engalanada para la ocasión, recordaba desde la axerquía la gloria de la ciudad. La Virgen de la Cabeza –dispuesta sobre su paso para la procesión de la jornada siguiente- escuchaba entre las flores de mayo las notas de su canto que suena a primavera, a devoción, a un derecho consuetudinario que se renueva en la sierra cada año. En el atril, Rafael Carlos Mendoza presentaba al pregonero, a su padre.
“Fue en un día como hoy, 7 de mayo, pero hace 433 años cuando el Padre Andrés de las Roelas escuchó el “Yo te juro, por Jesucristo crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda esta ciudad” (…).También Ella, como nuestro Custodio Rafael, es sanadora. Cada 25 de mayo se conmemora el día que unos vecinos del Alcázar Viejo, Simón del Toro y Bartolomé de la Peña, encontraron una pequeña imagen de la Virgen en un brocal de pozo”. Con estas palabras se iniciaba el canto a las Glorias de la Córdoba que en mayo agota un esplendor mariano que se prorrogará hasta noviembre con la Virgen del Amparo que Antonio Mendoza citaría minutos más tarde.
Y con el marco del templo donde habitan las devociones del pregonero, la salve soñada, versada y cantada comenzaba a pregonar la Gloria de María en la noche tibia que conmemoraba el juramento que da sentido a Córdoba y a su mirada devocional y mariana. “Salve, Madre de la Cabeza, puente de plegarias, salvando de orilla a orilla los pecados del mundo, rogando a tu Hijo, Tú eres la otra Señora de la Axerquía.//Salve, Amparo de nuestras vidas, Compañera de la Señora de la Cabeza y de la Madre Candelaria, protege a todos los que te llaman Madre.//Salve, Madre Candelaria, corriente de luz, de amor, de sangre ofrecida y convertida en vino y en sangre por el mundo, por los siglos y por amor”.
Con San Rafael como compañero, las líneas acompañaron a Mendoza por un descubrimiento distinto de la ciudad que estalla al llegar Pentecostés. “Mi amigo y acompañante se ha marchado, pero no sé cuándo ni dónde se ha sido. Yo, abandonado por la ciudad, he llegado a la ribera del río Grande, del Guadalquivir.// Allí estaba el Peregrino Misterioso, el Arcángel San Rafael. Él vela por los cordobeses, el que Dios puso un día como Centinela de esta ciudad inmortal y al que, como me contó mi madre, todos veneran con demostrada lealtad. Por eso tanto las cofradías y las peñas alzan sus preces allá en su capilla del Juramento”.
Los versos despiden y atestiguan que el tiempo se ha cumplido que María, por su mediación, cada rincón de la urbe se transforma cuando la Pascua anuncia el mensaje definitivo. “Si te digo Purísima Concepción,//Rocío del Cielo, Señora de Sierra Morena,//Virgen de Villaviciosa, Milagrosa,//Señora del Tránsito, Auxiliadora,//Socorro de mi vivir,//Pastora de las almas,//Señora de Araceli,//quiero decirte Madre de Dios,//Salvación y Protectora,//quiero decirte, Madre y Abogada,//Madre sentida, Madre Pura, Reina Tría,//Madre y Reina Anhelada, Venerada,//Querida y Festejada,//Envidiada, Dignificada y sentada//en el mismo trono de Dios,//porque ni santos, ni santas, ni arcángeles,//ni nada similar te pudieron igualar//ni en rezos, ni en poderes, ni en santidad,//ni en belleza, ni en amor,//Virgen preciosa, gloriosa y cordobesa.//Córdoba de corazón por Ti es Mariana.//Virgen María, Sangre de Dios,//clara con tu Gracia Divina,//ahora y siempre,//por los siglos de los siglos//sobre Córdoba tu amor”.
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