Es como la magia de las cosas invisibles. La materia y la forma, el ser profundo de los sueños al cumplirse. La mirada, proyectada de la tierra, sobre un sol infinito que golpea la frente y se pierde –naranja- en el horizonte. Son los días en que no estuviste, en que tu pensamiento era una quimera, una ficción anhelante del espíritu que se diluye como el vino en la garganta. Fue una sonrisa, alguna lágrima. Era otro tiempo, el mismo que se detuvo hace tan sólo unas horas. Apenas entenderás nada y, quizá, no haga falta. Ahora todo es futuro. Es un mundo, mil universos que construir en las fantasías de cada madrugada, cuando nadie te mire, y tu libertad sea total en tu mente limpia que desafía los límites trazados. Es –será- un nudo en la garganta en cada fecha importante, que no es más victoria que la de observar en silencio cualquier momento sutil, cualquier sonrisa, tu felicidad a cambio de nada. Es todo y no es nada que se pueda constatar con medidas preestablecidas, sino con el devenir natural de las cosas que se aman porque son una parte de intangible de nosotros. Es la vida cuando nace y la realidad se convierte en pura magia.
Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...
jueves, 29 de diciembre de 2011
martes, 20 de diciembre de 2011
El juego de la memoria
Delante de la Inmaculada, como en un lienzo gastado, el pliego acrílico de los recuerdos se lanza a cada trazo gritando en otro paralelo. Delante de la Inmaculada, las manos se agitan contra el pecho, en cada pensamiento, en cada susurro que se ocultó al lamento diáfano de cada cuenta que se mantuvo pendiente. A sus pies, la realidad se desborda entre una dimensión distinta, más allá de policromías donde la mirada busca el sentido exacto de las cosas, la precisión milimétrica que todo lo abarca y comprende con la sencillez inaprensible que nos aguarda. Frente a su altar, se evoca cuanto aconteció y se esboza, tras la retina, cuanto vendrá. Y así, delante de la Inmaculada, de los lienzos azules que sostienen la existencia efímera, de los pliegues que atesoran lo que no se cuenta, de las bandas que estiran la savia en un juego sutil, de la ráfaga que proyecta una luz novedosa y diferente, de las volutas que juegan en su corona triunfante, de las manos que se asen fuerte a la vida queriendo agarrarla para siempre; todo comienza. Comienza y los nacimientos se descubren en las casas y, durante un mes, renace otra esperanza y reverdecen los viejos recuerdos, tan nuevos como la infancia en que quedaron depositados. Ya no duelen. Sin esperarlo, el ciclo se toma una vez más por la línea recta de la historia donde creímos que había terminado.
jueves, 15 de diciembre de 2011
A mitad de un recuerdo
Tras el cristal, en las noches más largas que anteceden el invierno, la pequeña lámpara sobre el folio en blanco o la claridad magnética que proyecta la pantalla del ordenador atestiguan una soledad que, quizá, alguna vez sea compartida. De repente, todo lo que parecía superfluo se convierte en trascendente; todo lo que se pensaba con fluidez, ahora se retuerce entre los renglones como una condena predicha; toda la tranquilidad es ahora tensión adherida a los huesos, a la piel, a los párpados exhaustos.
La habitación parece menos acogedora y los libros –entreabiertos- se dispersan por el suelo, por los muebles, como páginas revueltas tras haber buscado la frase definitiva, el grabado exacto que sirva de inspiración, la foto –revivida en la memoria- que sirvió alguna vez como punto de lectura. Es un micro universo. Fuera, silencio. Dentro, los pensamientos se deslizan y aceleran buscando la conexión narrativa que dé inicio a la historia que nunca se atrevió a contar. Mientras la temperatura glacial posa su manto, dejándolo caer sobre la expectativa intacta que espera otro amanecer.
A mitad de un recuerdo, una frase cobra la cadencia musical de la prosa que busca verse culminada en el verso. Y la composición relata un instante de la infancia, un momento adolescente, un presente que deja de serlo a cada segundo. Las palabras se autoconstruyen en párrafos que recorren los sentidos, lo más profundo, lo que sólo se cuenta como un susurro en esas noches que se preparan para la estación. La Candelaria aguarda su momento y David recorre la memoria de cada madrugada, dispuesto para exaltarlo.
martes, 13 de diciembre de 2011
Escenario
En la memoria retumban acordes vibrantes con una percusión pretérita. Las estanterías empolvan universos personales entre las páginas macilentas que guardan secretos, susurros grabados sobre pliegos de celulosa. Las historias se siguen contando entre devaneos febriles que se lanzan al vacío como impulsos de luz. Los dedos tiemblan con una levedad imperceptible, fruto de otros días. Sobre los alféizares las ventanas se cubren de agua y frío; el aceite insufla vida al quinqué; el almirez muele el tiempo que habrá de llegar.
Fuera, las calles se llaman sin nombre, sobre el pavimento anónimo de la madrugada. Los días se acortan y el adorno eléctrico se conjura para vencer con la alegría metálica de partículas invisibles. Por los tejados huele a leña y retrotraen a chimeneas oscilantes, a otros hogares tibios que se difuminaron a través de los años como una patria perdida que reaparece un instante con su punzada certera. Por un momento, la visión de la ciudad se vence sobre sí misma como una postal romántica en la que el invierno acechante se convierte en su escenario.
lunes, 31 de octubre de 2011
Otoño
Las noches más oscuras eran las que transitaban a mitad del otoño, cuando no había luna en la que buscarnos, cuando apenas susurraba tu nombre con ese temor atávico a que traspasara los umbrales de mi propia realidad. Nos vencía la escarcha en las paredes, la herrumbre en el ánimo y casi las estrías de la vida no nos rozaban. La lluvia fina se derramaba por un sendero gris que temía a la oscuridad. Y una llama crepitaba, herida, en la sala de estar. Fuera, el viento gemía contra los cristales; dentro, el calor nos arrugaba la piel en un candor inexplicable de horas sin otro sentido que vivirlas, disfrutarlas sin preguntas. No era nada y lo era todo. Un rato antes -cuando la tarde caía naranja y fría- el horizonte gélido de aquellas lomas, flanqueadas por cercas de piedra desigual, prometía un futuro arrebatador, sin objetivos, sólo la emoción irracional en el pecho. A mitad de la noche, entre el vaho ocre de la habitación, podía dibujar aquella sonrisa que lo prometía todo.
Más tarde vino aquel calor de julio y su incomprensión. Y me adentré por ese sendero gris la primera vez, solo. Y las palabras formaron frases y los días parecían iguales porque siempre parecía la misma historia. Ni siquiera recuerdo el primer folio, pero sí el propósito, los borrones, los verbos acelerados queriendo contarlo todo en diez líneas. Tuve que esperar muchas noches, muchos amaneceres buscando la luna, el sendero gris, el atardecer naranja. Y los recuerdos fueron conformando un relato en la sala de estar y nos llevaron por mil caminos con un final parecido. Las imágenes se construyeron a sí mismas y la oscuridad nos devolvió su mirada; las horas nos abrazaron y supe que por aquel camino estrecho iba acompañado siempre. De nuevo, llegó la lluvia fina y el aliento frío del un cielo raso. Las noches más oscuras eran las que transitaban a mitad del otoño. Aun te llamo y aun me devuelves aquel susurro, aquella sonrisa franca, aquella mirada que nos hizo cómplices en la niñez.
lunes, 24 de octubre de 2011
San Rafael
Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Las conversaciones se escondieron más allá de los jardines, verdes de helechos, por cada rincón oculto. En las manos aun restaba el poso de alguna caricia, de algún abrazo. El astro, que regalaba al planeta la vida, salía y se escondía por los zaguanes que sólo resistieron los mismos siglos que nuestra memoria. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… En las arrugas de la frente se miraban como estratos perennes de lo vivido. Había playas sin mar, horas sin minutos; sonrisas ocultas en los portales; fotos que no se hicieron; recuerdos que se olvidaron; susurros que se perdieron en su particular frecuencia y que renacen cuando cae la tarde. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Y esa expresión inolvidable regresaba como el olor a tierra mojada, como las imágenes exageradamente gigantes de la infancia, como la estampa de los días que no volverán, que siempre estarán. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Y por Roelas se repetía el Juramento; y la Imagen áurea que esculpiera Gómez de Sandoval definía a la ciudad proyectada sobre el Custodio que esperaba, desde cualquier punto de su geografía, ese mismo día, aquella hora señalada, aquel nombre que nos recorrió la infancia.
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