Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

lunes, 24 de octubre de 2011

San Rafael




Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Las conversaciones se escondieron más allá de los jardines, verdes de helechos, por cada rincón oculto. En las manos aun restaba el poso de alguna caricia, de algún abrazo. El astro, que regalaba al planeta la vida, salía y se escondía por los zaguanes que sólo resistieron los mismos siglos que nuestra memoria. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… En las arrugas de la frente se miraban como estratos perennes de lo vivido. Había playas sin mar, horas sin minutos; sonrisas ocultas en los portales; fotos que no se hicieron; recuerdos que se olvidaron; susurros que se perdieron en su particular frecuencia y que renacen cuando cae la tarde. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Y esa expresión inolvidable regresaba como el olor a tierra mojada, como las imágenes exageradamente gigantes de la infancia, como la estampa de los días que no volverán, que siempre estarán. Era el mismo nombre repetido, la misma hora, el mismo día… Y por Roelas se repetía el Juramento; y la Imagen áurea que esculpiera Gómez de Sandoval definía a la ciudad proyectada sobre el Custodio que esperaba, desde cualquier punto de su geografía, ese mismo día, aquella hora señalada, aquel nombre que nos recorrió la infancia.

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