Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

lunes, 16 de enero de 2012

El viajero

Sobre la piedra la humedad formaba una capa uniforme. Apenas había despertado la mañana, cuando se apostó frente al inmenso arco. La niebla hacía aun más decadente la estampa. Desde la  ventana de su carruaje, había podido observar aquel amanecer plomizo, como la ciudad y los transeúntes que empezaban a surcarla. Entre sombras, detectó construcciones vencidas por el tiempo, fachadas desconchadas, dinteles sobrios con roleos que recordaban a otra época, a un espacio majestuoso.  El carro rodeó, lienzo a lienzo, la muralla hasta detenerse frente a la Puerta de Plasencia. Desde ahí hasta la antigua Mezquita, la geografía urbana se convertía un enjambre desordenado y evocador de calles que parecían querer guardar la humedad hiriente de aquel invierno.

Tras la salida de aquel laberinto, los muros que flanqueaban el recinto catedralicio golpeaban la vista con su sorpresa. Preguntó por la entrada principal y se encaminó a la Puerta del Perdón. Las almenas le recordaron los grabados de Damasco que tantas veces había escudriñado entre los pliegos de los tratados que había ido recopilando. Se apostó frente al vano inmenso y, durante un lapso indefinido, sólo pudo abrir los ojos y dejarse llevar. Avanzó lentamente. De fondo, es escuchaba el Te Deum. A cada paso dubitativo que lo acercaba al patio giraba la cabeza a un lado y otro con gesto introvertido. El gris de la jornada jugaba con el paisaje de árboles y arcos que se le enfrentaba.


Transcurría la cuarta década de la centuria del mil seiscientos  cuando se decidió a viajar a Córdoba y, ahora, adentrándose tras los muros que conducían al patio de su Catedral, tuvo la certeza de que sería su último viaje y debía aprovecharlo…

continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario