Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

martes, 28 de junio de 2011

La ciudad en sí misma


Una generación invisible conforma el glosario de nombres y sensaciones que dan forma a lo que llamamos ciudad. La patria invisible que, sin más frontera que sus calles, nos vio nacer o crecer en ella, alejada de cualquier pretensión distinta que la de ser una ínfima parte de su recorrido espiritual por el tiempo, eso que –como una convención pactada- llamamos historia. El reino perdido de los atardeceres de la infancia -desarrollados en el escenario imperial del pavimento, conformado por cantos y sillares, por muros macilentos, por torres que, ante aquellos ojos que apenas descubrían-, parecía rasgar el azul celeste de la imaginación arrollador.

Siempre fue un amor platónico porque, desde su escena inconmensurable, no se podía asir ni retener y –mucho menos- entenderla más allá de una mínima fracción de tiempo y espacio. Una punzada hosca se alojaba en mitad del pecho e imaginaba otra fisonomía distinta de la vida cotidiana que la vio erguirse durante siglos infinitos.

Junto a la efigie del Arcángel, a mitad del puente que la vio construirse, observando el trazo de la basílica de San Vicente que fue Mezquita y es Catedral, su silueta se encarnaba en miles de años delineados al paso de la angostura melancólica de las calles con dinteles olvidados, con mármoles que la elevaron como la ciudad de los poetas, con sacristías que la entronizaban en el secreto oscuro de las noches.

Quizá nació en primavera o en un nocturno de agosto. Tal vez, Marco –mientras repasaba su cáliz- jamás pudo imaginar cuanto restaba por suceder o, quién sabe si también padeció esa punzada brutal de la certeza. Y puede ser que un premio no sea más que el reconocimiento de la obviedad, pero –tras demasiado tiempo- la ciudad ha vuelto a recuperar la ilusión de sí misma, a reflejarse en su propio propósito existencial y ese ensueño vale parte de lo que fue. Aunque lo relevante es lo que vendrá porque es lo que la hará aun más eterna, por más que otra digan que lo sea, Córdoba es su propia capital y la cultura su esencia misma.

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