Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

martes, 14 de junio de 2011

Junio

Los años, los meses o los días en los que celebramos un acontecimiento señalado reposan en la memoria como el sedimento de una patria perdida que, más allá de la imagen revelada o transcrita sobre el papel, nos acompañará en otras jornadas en las que todo nos parecerá tan lejano –o cercano- como queramos recordarlo.

En febrero, Córdoba ya esperaba las Jornadas Mundiales de la Juventud y la procesión presidida por la Inmaculada mostró la irreductibilidad de una vigilia que, como casi todas, se tensa en la espera impaciente, ilusionada, de las horas que anteceden al rigor inmediato del presente. Las cofradías anunciaban una expectativa que, junio, iba a ver refrendada en el Via Lucis con la Cruz de los Jóvenes y el Icono de María.

Un cortejo formado por la práctica totalidad de nuestras hermandades se formaba en María Auxiliadora para, quizá como un presentimiento, encaminarse al primer templo de la ciudad. El mes que se enaltece en sus celebraciones, el mismo que verá pregonar la Eucaristía, que observará como la Custodia que ideara Arfe camina por la ciudad de la mano de los Sáez, que se nombra y cobra sentido en el Corpus… ya es un mes de junio que recordaremos distinto.

Porque este junio sólo es –sólo era- la antesala, la preparación. Las JMJ inundarán agosto; anegarán con su universalidad las calles de una capital que representará a muchas otras y Córdoba será una de ellas. La canícula determinará el punto álgido de una víspera sostenida en el extremo insoslayable de la fe. Y, entonces recordaremos junio, y cómo tuvimos la suerte de formar parte de algo mucho más grande que nosotros.

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