Casi
parecen tan lejanos los días de soles y fuego como, si la vida, ya no regresase
a su latido célebre, aunque la tibieza del mediodía quiera renacerla igual que
una reviviscencia. Atrás quedaron las orillas desiertas del deseo, de otro mar
audible solo para nosotros con miles de olas, con la espuma golpeándonos la
sien que aun era tersa, con atardeceres infinitos de los que ya perdimos la
cuenta. Apenas susurran los recuerdos en el brillo de la infancia en la que
rebusco ilusiones encontradas para entregarte y de las que ya he perdido la
cuenta. Y sueñan los tejados con noches de café y luna, de aullidos sobre el
papel agitado que esconde y aguarda las mejores historias que nunca serán escritas.
Y sueña la tarde con amplias avenidas que prometen el futuro incierto que
siempre se guarda una promesa, como un as, como una ráfaga bergamota que
resiste en las pupilas dilatadas. Y escuchamos canciones, tantas que perdimos
la cuenta, que sostienen la impaciencia mientras expresan su melodía como una
verdad abrazada de vida. Y pierdo una y mil veces esa cuenta de tus días, de
todo lo que pienso como un rayo que no cesa, como una niñez abierta en el baúl
de mi memoria. Y te digo que te quiero y no sé si es mi voz, si me retumba en
el pecho, si me escapa de la piel en una transpiración imposible. Entonces, te
intuyo dentro de mí, en todos mis quehaceres y veo tu cara, las miradas que aún
no nos hemos dedicado. Vuelvo a perder la cuenta… Siento que ya te tengo.
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