Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

viernes, 9 de septiembre de 2011

En tus manos


Quizá fue en una noche tibia, cuando la primavera nos abrazaba, sin ser plenamente conscientes de lo que la vida esperaba de nosotros. Quizá fue esa fugaz luna de mayo, siempre mayo, que nos miraba como nunca lo había hecho antes; como siempre quiso y sólo se atrevió a susurrarlo. Porque los besos se susurran al oído y se presienten en el tacto frío de las horas que dejamos pasar como parte de nuestra historia inacabada. Siempre pendiente de un nuevo capítulo.

Por las calles se dibujaban otros días. En el blanco y negro de otro tiempo, de otra devoción que nunca se rompió del todo. Desde el Santuario a Ordoño Álvarez no se intuían los acordes y boatos de una procesión ritual, sino la vida que renace el ocho, el día de la Natividad de María. Nuestra Señora de la Fuensanta volvía a su barrio, a la ciudad de la que es patrona, a las cofradías que guarda, y no por una fecha señalada, por la más señalada que es la suya propia. Ya no había que aguardarse tras los muros, sino romper con su Salve la mañana, con su himno la plaza, con su desfile la urbe a la que se mostró hace ya seis siglos.

En las manos no sólo había campanitas, sino el cosquilleo sutil de los días que estuvimos esperando; el roce terso de la piel que se tensa en un instante definitivo; la caricia suave de la mañana en que nos encontramos; el rumor de nuestras yemas arrullando el halo invisible de un amor perdido y reencontrado; las líneas de nuestro destino predicho en cada palma como un augurio imposible. Y, en tus manos, algo tan sencillo y grande como la caricia de este ocho de septiembre.


Fuente: www.hermandadesdecordoba.com

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