Apenas los arropaba la humedad de la noche entre el roce imperceptible de la madrugada. Apenas supieron si los miró la luna o habitaban bajo su luz oculta, como en uno de esos sueños que se viven entre penumbras. Apenas se dejaron llevar por el tacto suave de la franela, por la luz nimia que se colaba a estragos por la persiana, por la soledad compartida por dos, por los libros viejos que no los nombraban. Apenas era el principio de algo o el epílogo de otra historia. Apenas, las manos empezaban a sentirse bajo la piel y las pupilas indagaban tras de nuevos aromas indemnes, incólumes. Apenas eran dos niños o dos ancianos, a punto de firmar un capítulo definitivo.
La luz y los días alumbraban el pensamiento como si de un huracán interior se tratase. Por las aceras, las calles parecían iguales. Sin embargo, la mañana traía consigo una promesa distinta, una luz nuclear que asemejaba augurios pretéritos, días distintos. Tras las ventanas, imaginaban la vida reconstruyéndose a cada amanecer, renaciendo en cada gesto, en cada acto, en cada esperanza que se pensaba para sí. Tras las esquinas, un nuevo camino, una nueva oportunidad que se ilusionaba con la posibilidad de ganar una décima al tiempo que se les imponía.
Los amantes aún recordaban la protección fugaz de los portales. Sobre las camas a medio hacer restaba el poso turbulento de cuanto no se llega a saber. Sobre la mesa, los restos marcados de sonrisas y confesiones. Sobre la ropa tirada sobre el suelo, la mirada caliente de la urgencia. Apenas había nacido el día y ya pensaban en la tarde, en su prólogo sutil y certero. Apenas les temblaban las manos, cuando el pensamiento les invadía. Apenas era el principio de algo o el epílogo de otra historia.
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