Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

domingo, 2 de febrero de 2014

Frontera



Fue otro tiempo. Quizá, más puro o, seguramente, más modesto. Entonces, la ciudad dividía sus arrabales con pasos a nivel que ejercían de frontera psicológica –y mecánica- con el pasado y con el futuro que, sin querer saberlo nos aguardaba. Algo similar sucedía con las cofradías. Por los templos de su casco histórico se esparcían las hermandades que nos legaban una Semana Santa tan pretérita que, apenas si contaba con explicación en los tomos enciclopédicos que nunca se imprimieron ex professo. Tal vez, no había suficiente tradición ni conocimiento para transmitirla; tal vez, la información no se volcaba en una catarata que anegaba el conocimiento saturado; tal vez, apenas nos atrevíamos a bosquejar los secretos de las generaciones invisibles que nos antecedieron. No era más pura, pero sí más inocente. No había demasiada información, aunque sí más ganas, un espacio mayor ganado a la imaginación, al deseo, al asombro total cuando nos sacudía la procesión. No había un blog como éste donde publicar mis pamplinas. Sin embargo, al llegar la Candelaria ya sabía que quedaba poco y las horas se contaban hacia atrás, escuchando una cinta gastada y mirando un par de fotos ajadas que me transportaban a un universo infinito de posibilidades.

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