Quizá mi cáliz, del que siempre has bebido sin queja, nunca te ha brindado el sorbo que mereces. Quizá resulte más efectivo denunciar -aunque sea predicar en el desierto- que construir. Destruir es más sencillo y bien sabes que algunos, en su infinita y burda torpeza, bien que lo intentan. Pero no temas que hoy no me vas a leer nada que te deje en el paladar un poso amargo.
No te voy a escribir de cofradías, aunque los demás lo esperen y aspiro a que comprendan que ya escribo demasiado para mal de otros. No te voy a hablar del Córdoba, por más que ese domingo ya quede inserto para siempre en mi memoria y en mi sistema nervioso. Ni de nada que no seas tú.
Este cáliz es tuyo. Siempre lo ha sido. Por ti levanté mi copa, lejos de la tierra que fundó Claudio y que nos vio crecer con su raíz profunda y venenosa; lejos donde nadie nos miraba ni intentó juzgarnos; lejos de las ventanas azules y con calles inmensas donde la gente parecía más anónima; lejos, entre andenes y dársenas, con sonrisas casi de la infancia y despedias desapareciendo entre esos rostros acelerados, mientras parecía bajar a las entrañas mismas de la tierra.
Ahora ya nadie lo sabe, pero yo nunca lo he olvidado. Ni lo haré. Y en mi rosario de marfil invisible sigo llevando, sin perderla, la cuenta de aquellos días en que nos bebíamos la vida a sorbos inmensosporque siempre había un maldito lunes. Ahora, te escribo en viernes, en sábado, tal vez, como un guiño al pasado que nos unía así. Ahora, las mañanas traen un horizonte distinto, una sonrisa inmensa que cambia el sueño o un llanto que me hace más fuerte y me protege del mal de esta tierra de caminantes, que sabes no es más que charcos y arena. Ahora tú eres más tú porque sigo viendo a aquella que crees que se ha ido pero que está ahí.
No sé si lo esperas o si sabes cómo acaba esto. Pero este cáliz va por ti, porque siempre es tuyo, porque te quiero.
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