Las horas pasaban con la mirada perdida en el horizonte, repasando lecturas, vivencias y expectativas. Claudio repasaba el vino de su copa, mientras pensaba en la ciudad como origen y destino de sentimientos invisibles...

martes, 26 de noviembre de 2013

Juan de Mesa



Un furtivo haz de luz recorre la noche. Sobre la alcoba reposan los recuerdos, los instantes, el deseo y la expectativa. La estancia permanece a oscuras. La presencia tenue del candil quedó atrás mucho antes, cuando los días fueron acortando su mirada finita al horizonte que ya solo deja entrever una posibilidad. Imagina que aún puede reunir la fuerza postrera para ponerse en pie. Imagina las paredes rezumando un hálito de sudor entre los desconchones. Imagina que vuelve al taller, que la gubia sigue devastando la madera, surcando formas de la única manera que conoce. Fuera cae la niebla, como si ya no fuese un agente extraño que con sus dedos acariciase el epílogo, el paso previo a la eternidad.

Los ímpetus se abandonan a su destino. Sobre el cielo, miles de trazos invisibles dibujan gestos, escenas, emociones, oficios, sufrimientos y alegrías. Por las calles, tan desiertas, se escribe su historia en silencio, como un susurro accesible al iniciado que en sus manos encomienda su espíritu. Sobre el pavimento, las muescas marcan el camino, el destino recreado, predicho.

La vida toca las entretelas del alma agitada. Por San Martín, Santa María del Valle o San Agustín los rostros se agolpan, proyectando una mirada definitiva, la patria final del hombre que pareció hablar con Dios. Lo humano se torna divino en la posteridad que lo observa desde su atalaya celeste. El aliento expira casi como Áquel Yacente que descansa todavía en su regazo infinito. 386 años con la mirada perdida en algo que va mucho más allá de la madera, que transita en un rincón interior que se remueve cuando te mira y te pellizca los resortes que creías olvidados.



Entonces, tu inquietud es la suya potenciada al universo. Pero una brisa cálida te recorre y te comprende. Te entrega una serenidad perdida desde el tiempo que olía a leña y tierra mojada, cuando la infancia y la ilusión pertenecían a la misma patria. Entonces no piensas en el hombre que nos acercó más al misterio, a través de sus manos, a través de algo que sentimos y que no comprendemos del todo. En ese momento los rostros se confunden y pasan a formar parte de miles de historias anónimas a las que, en su medida, dio comienzo Juan de Mesa.


Imagen: www.todocoleccion.net